Francisco Marín Jiménez. Médico de Atención Primaria en el CAP Disset de Setembre (El Prat de Llobregat), Miembro del Grupo de Trabajo de Fitoterapia de Semergen
Resumen de la ponencia presentada en la Jornada de Fitoterapia y salud osteomuscular, Madrid, 14-15 de octubre de 2016
Los antiinflamatorios no esteroideos (AINEs) son medicamentos cuya utilización por parte de la población general se ha duplicado en los últimos 20 años. Los vemos cada día en las mesitas de nuestros pacientes. Y, quien más, quien menos, todos los médicos los consideramos dentro de nuestro arsenal terapéutico. Los utilizan hasta un 20% de los mayores de 65 años. E incluso, y pese a sus efectos secundarios reconocidos y ampliamente estudiados, son consumidos por hasta un 20% de las personas ingresadas en el hospital por otros motivos.
Todo esto sin considerar siquiera el fenómeno de la “automedicación”, de la que son protagonistas (quizás junto al paracetamol y al omeprazol), toda vez de su bajo precio, y su tremendamente sencilla accesibilidad a nivel de farmacia (no necesitan receta).
Cada vez conocemos más los efectos secundarios que podemos esperar del consumo crónico de AINEs. Ventajas, si es que hay alguna, de un uso tan masivo por parte de la población española. Sin embargo, no para todos los AINEs se han realizado estudios de eficacia y seguridad para cada indicación terapéutica. Pero sí podemos ya, a día de hoy, constatar diversas evidencias:
– Que el efecto nocivo no deseado de un AINE varía en función de la dosis utilizada (es dosis dependiente).
– Que, por su propio mecanismo de acción (la inhibición de la síntesis de prostaglandinas) acaban repercutiendo sobre la barrera mucosa gástrica (dificultan su formación), la función renal (las prostaglandinas son vasodilatadoras de la arteria renal; por lo que su inhibición condicionaría un estado de insuficiencia renal prerenal), la agregabilidad plaquetaria, el riesgo cardiovascular en general, y la función broncodilatadora (especialmente importante en los casos de asma).
– Que por mecanismos desconocidos, a día de hoy, pueden originar cuadros tan poco frecuentes y predecibles como son la dermatitis, la nefritis intersticial, o incluso una severa toxicidad hepática.
Sabemos, a ciencia cierta (ensayos clínicos mediante) que los AINEs pueden provocar hemorragias digestivas altas (cuya incidencia está directamente relacionada con la edad del consumidor), aumentan claramente el riesgo cardiovascular, así como la agregabilidad plaquetaria, “tocan” con “malas intenciones” la función renal, inducen retención hidrosalina, edemas, y pueden descompensar una Insuficiencia cardíaca ya conocida (o no). Pero también aumentan las cifras de tensión arterial, y pueden provocar estados de hiperpotasemia.
En definitiva, que allá por donde van, se hacen notar. Y constatamos, de forma cada vez más evidente, que necesitamos alternativas más naturales, menos nocivas, que traten el proceso inflamatorio de forma menos agresiva, y con muchos menos efectos secundarios que los AINEs.